Teph
Will
me dejó a media manzana del instituto y se fue en dirección a Manor City, donde
se encontraba la facultad en la que estudiaba arquitectura. Cuando ya no
localicé el pequeño coche azul, saqué un chicle del bolsillo, el libro de la
mochila y empecé a leer al mismo tiempo que me dirigía al instituto. Hacía un
buen día, había hecho bien poniéndome manga corta. Esta tarde haría calor. Mientras
me acercaba al instituto, vi que la mitad de las aulas estaban con las
persianas bajadas, y que en la planta de arriba aún no habían encendido las
luces. Llegaba pronto, como todos los días. Me encantaba llegar pronto, me daba
una sensación de tranquilidad. Ver el instituto sin regueros de gente que te
puede aplastar contra la pared era muy agradable. Era como entrar en una tienda
de rebajas y que no hubiera nadie, o como patinar en una plaza vacía.
Seguí leyendo el libro (Oscuros: La trampa del amor), sin darme cuenta de lo que ocurría a
mi alrededor. Por eso me choqué contra una mujer alta de pelo pelirrojo con
pinta de ser oficinista o secretaria por cómo vestía, tirándole al suelo una
carpeta que llevaba en la mano.
-Oh, lo siento –me disculpé, desolada,
mientras me agachaba para ayudarla a recoger la carpeta-. Perdone, no veía por
dónde iba.
La mujer me contestó algo en otro idioma,
pero automáticamente me respondió.
-No pasa nada –me dijo con una sonrisa
mientras se agachaba para recoger el esto de los papeles-. Yo tampoco estaba
muy pendiente de lo que pasaba a mi alrededor –hablaba con un acento extraño, parecido
al francés pero silbando las eses-. Muchas gracias.
Se incorporó y siguió caminando. Me levanté,
pero alguien se volvió a chocar conmigo. Esta vez fueron una chica y un chico.
Ambos contestaron una disculpa y siguieron a la mujer. Ambos eran pelirrojos.
Serían sus hijos. Oí como la chica le decía algo a su madre en el idioma y esta
la callaba con un gesto de la mano. Me paré un segundo. Pelirrojos. Eso me
recordó al otro sueño, el que se repetía una y otra vez antes de las
“premoniciones”. El sueño siempre era el mismo, pero no era desagradable. Era
extraño. Una persona puede soñar lo mismo todo el rato, pero yo, cuando soñaba
eso día tras día era como si le fuera añadiendo resolución al sueño: La imagen
se veía mejor, oía más cosas, las formas eran más sutiles, los detalles más...
detallados. Eso si que no pasaba en un sueño normal, si no más bien todo lo
contrario. La imagen se distorsiona, el sonido es menos detectable y la
duración se acorta hasta que el sueño desaparece. Nada tenía sentido. Bueno,
esperaría al primer descanso para hablar con Beth de eso, como lo de la
puñalada. Volví a mi libro, olvidándome completamente de los chicos y su madre.
En
cuanto entré, saludé a Jonah, el conserje. El me contestó con un gruñido.
Sonreí para mí. Jonah tendría veintipocos años, y trabajaba aquí para conseguir
dinero suficiente para sobrevivir. Puede que fuera joven, pero cada vez que le
miraba a los ojos no podía evitar una especie de respeto.
Subí las escaleras mientras leía y oí un
murmullo musical proveniente de la planta de arriba. Me pregunté quién sería,
puesto que nadie estaba a estas horas de la mañana, sólo venían profesores y yo
básicamente. Antes de averiguarlo, me dirigí a la taquilla, vacié la mochila y
cogí los libros que necesitaba para hoy. Cerré la taquilla y volví a oír el
sonido musical. Sonaba como una guitarra y reconocí la melodía. No podía ser.
Era mi canción favorita, Magic Glass,
de Fourth Blues. Subí las escaleras, guiándome por el maravilloso sonido de la
guitarra y descubrí el origen de la música. El que estaba tocando era un chico
de mi edad. Estaba tocando con los ojos cerrados, así que supuse que se sabía
la canción de memoria. Vestía una sudadera azul que le estaba tres tallas más
grandes, unos vaqueros blancos ajustados, calzaba unas Converse, también
blancas, totalmente destrozadas. Unas gafas negras estilo retro, algo torcidas
enmarcaban su cara pálida, casi blanca. Su pelo, totalmente enmarañado, era muy
negro, tanto que parecía azul. Me quedé mirándole, viendo cómo sus dedos se
movían ágilmente por las cuerdas de la guitarra, creando la maravillosa melodía
compuesta por mi grupo favorito. Cuando terminó, abrió los ojos (de un azul tan
brillante que parecía que brillaran en la oscuridad), y en cuanto me vio, dio
un respingo.
-Lo siento, no quería molestarte, es que me
encanta esa canción –murmuré.
-No pasa nada –me dijo con una bonita
sonrisa-. ¿Qué sería un músico sin nadie que escuchara su música?
Me reí.
-Tienes razón –asentí. Me fijé un poco más en
él. Nunca le había visto por aquí, y tampoco en las reuniones de los clubes de
arte. Si tocaba así de bien, me parecía extraño que no hubiera tocado alguna
vez en las jornadas-. Por cierto, ¿qué estudias? Nunca te he visto en el club
de artes, ni siquiera en las jornadas de música libre.
-¡Ah! Error de principiante –dijo mientras se
incorporaba-. No estudio música, si no ciencias. Sólo toco la guitarra por
placer.
-¿En serio? –pregunté anonada-. ¿Y por qué no
te dedicas a la música, esto...?
-Daniel –dijo el
alargando la mano-, Daniel Grigori.
Le miré
sorprendida. Se
llamaba cómo Daniel, el chico de Oscuros.
-¡Es broma! –dijo él riendo-. Te he visto el
libro. Si que me llamo Daniel, pero no Grigori, sino Johnson.
-Muy típico –dije mientras le estrechaba la
mano-. Teph, Teph Rogers.
-Un momento –me dijo mirándome con más
atención-. ¿Tu hermano no es Will Rogers?
-Si, pero no lo digas tan alto, no sabes
cuántas chicas van detrás de él.
Daniel se rió.
-¿Y de qué conoces a mi hermano? –le
pregunté.
-A veces, cuando nuestro tutor se aburre se
dedica a contarnos historias sobre antiguos alumnos que eran maravillosos y que
tenían un don –resopló Daniel-. “Si ustedes hubieran visto qué trabajo el del
señor Rogers... ¡Él si que había nacido para esto!” –dijo imitando la voz de su
profesor.
Me reí.
-Bueno, cambiando de tema –dije yo-. ¿De
verdad te has leído Oscuros?
-Si –contestó él con orgullo-. Pero la
segunda parte me decepcionó un poco.
-Si a mí también –coincidí-. Pero la tercera
empieza bastante bien.
-Ah ¿es la tercera parte? –dijo sorprendido-.
Me lo tendrás que dejar algún día. No quiero quedarme con la intriga. Quiero
saber a dónde va a parar Luce.
Seguimos hablando de cosas mientras el
instituto se llenaba de gente. De los libros que él tenía, de los que tenía yo,
del trabajo de mi padre, del trabajo de su madre, sus grupos favoritos, los míos.
-Bueno –dijo Daniel intentando hacerse oír
entre el mar de gente-, al parecer nos gustan las mismas cosas señorita Rogers.
-Le digo lo mismo señor Johnson.
-Oye, si te lo confieso, te he oído cantar a
veces cuando vienes por la mañana, y tengo que decírtelo, tienes una buena voz.
-Me lo dicen mucho –dije con orgullo-. Dejo
al champú y al acondicionador impresionados.
Daniel se rió.
-No, lo digo en serio. Si quieres, después de
comer podemos hacer algo.
-Vale -acepté. Saqué un cuaderno y un boli de
la mochila y le apunté mi teléfono-. A la hora de comer, cuando termines, me
mandas un mensaje en dónde podemos ensayar ¿vale?
-De acuerdo –asintió Daniel mientras se
guardaba el papel en el bolsillo-. Piensa en algo para ir tocando.
Asentí.
-Bueno, pues hasta después de comer Teph
Rogers.
-Lo mismo digo Grigori –y me levanté cogiendo
la mochila. Resoplé. Iba a ser una jornada muy larga. Y quedaba demasiado para
la hora de la comida.
En
cuanto sonó el timbre, la clase se convirtió en una carrera a contrarreloj de
a-ver-quién-recoge-más-rápido. Como si nos hubieran puesto un resorte en el
culo, saltamos de nuestros sitios y salimos escopetados por la puerta antes de
que Jackson nos pusiera deberes. En cuanto entré en la marea de personas que se
estaba formando en el pasillo, me fui abriendo paso, pegando de vez en cuando
pisotones o codazos. Cuando llegué a mi taquilla, la abrí lo más rápido
posible, metí los libros de las siguientes horas y me dirigí a la planta baja
para buscar a Beth. La localicé sentada en uno de los bancos de los pasillos
con un libro en el regazo y una manzana roja en la mano derecha. Los rizos
rubios, que no hacía más que apartarse de la cara, le caían desordenadamente
por delante, formando una cascada dorada. Me puse delante de ella, a ver cuanto
tiempo tardaba en darse cuenta de que estaba ahí. Sus ojos, azul con alguna que
otra salpicadura verde, se movían con velocidad, leyendo una tras otra las
palabras. Me quedé quieta durante un minuto, y cuando pasó de página, levantó
la vista y me vio. Sonrió.
-¿Dónde te habías metido esta mañana? –me preguntó
cerrando el libro.
-Nada importante –contesté esbozando una
sonrisa-. Estaba con alguien.
-¡Qué! –dijo ella levantándose del banco-.
Cuéntamelo todo.
-Beth, no es un chico chico –dije refiriéndome
a cómo ella llamaba a los chicos con los que se podían salir.
-¿Tiene novia, es gay? –preguntó ella ávida
de información.
-Ninguna de las dos –contesté yo con una
sonrisa mientras nos dirigíamos al patio-. Estudia ciencias, pero toca la
guitarra genial, lee lo mismo que yo y le encanta Fourth Blues.
-Tus exigencias se han personificado en un
tío perfecto al parecer –dijo Beth impresionada-. Admítelo, has criogenizado
los ADNs de los chicos más maravillosos del mundo y has creado a mister
toco-la-guitarra-pero-estudio-ciencias ¿no?
-Beth, ¿qué dijimos de las pelis de ciencia-ficción
después de las diez?
Ella se rió.
-¿Y cómo se llama? –me preguntó, intentando
sonsacarme los detalles.
-Daniel –dije yo simplemente-. Daniel
Johnson.
-Qué típico.
Solté una carcajada. En cuanto salimos al
patio, me di cuenta de que todo el mundo estaba aprovechando el maravilloso
tiempo de primavera. Las Chiscas Plásticas estaban tiradas en las escaleras,
luciendo los vestidos más cortos que habían podido encontrar. Todo el mundo en
el Jeffrey Wilson se sabía sus nombres de memoria: Julia McDelonn, Gwen Adams,
Emily Preston y Daniela Finn. Detrás de ellas estaban las aspirantes a sus
puestos: Susan Brower, Ann Neddar (que no se parecía nada a su hermana y amiga
mía, Gia), Selene Adkins y Daphne Jordan, todas ellas novatas que empezaban
este año, pero la mitad del instituto se había aprendido ya sus nombres. Al
lado de las Chicas Plásticas estaban Eric Millegan y Juliette Renois, la pareja
perfecta según las encuestas del año pasado y Kyle Patrick, el chico más
popular del instituto, capitán del equipo de béisbol y también de las Hordas
Azules. Este singular grupo estaba formado por las Chicas Plásticas, la pareja
perfecta, el equipo de béisbol al completo y alguna que otra aspirante que se
ofreciera a hacer un topless o acostarse con los miembros del equipo. Les
llamábamos así por llevar siempre las chaquetas y sudaderas del instituto:
Azules con una J y una W juntas. No soportaba a ninguno de ellos. Y el
sentimiento era mutuo: Beth, nuestro amigo Mike, su novia Gia, Alice (una chica
de tecnologías bastante callada) y yo éramos como los leprosos del instituto.
Nadie nos quería, y nos alegrábamos por ello.
-¿Has tenido noticias de Alice últimamente?
–le pregunté a Beth, que miraba entre la gente para buscar a Mike.
-No –me contestó sondeando a la multitud-. La
última noticia que recibí de ella fue un e-mail con una foto adjunta.
-¿La de Francia? –pregunté. Alice se había
ido de intercambio con una familia alemana, y supongo que estarían de
vacaciones de Navidad cuando nos mandó la foto. A partir de ahí no volvimos a
recibir más e-mails, pero de vez en cuando publicaba cosas en Twitter o en Facebook
sobre lo que hacía.
-Le podemos preguntar a Candy ¿no? -propuso
Beth-. Tal vez ella haya recibido alguna foto o algo así... ¡Premio! –exclamó.
Eso significaba que había encontrado a Mike.
Mientras ella se dirigía hacia Mike,
inclinado sobre su blog de dibujo, concentrado en dar forma a una sombra, yo me
quedé mirando con atención a las Hordas Azules. Por un momento, sólo por un
momento, percibí un brillo verde que emanaba de la piel de Gwen Adams. Pero el
brillo se fue tan rápido como apareció. Lo más probable es que fuese purpurina
de la última fiesta a la que había acudido.
-¡Teph!
Era la inconfundible voz de Mike. Dirigiendo
una última mirada a Gwen Adams, que se había inclinado sobre Julia McDelonn
para decirle algún que otro insulto vil y perverso sobre mi persona (no eran
muy buenas disimulando), y me dirigí hacía mis amigos.
Beth ya se había terminado la manzana, y
hojeaba de forma distraída el álbum de fotos de Mike, que se encontraba
concentradísimo en un intricado dibujo de un cuervo inclinado sobre una
calavera.
-¿Y bien? –pregunté arrebatándole a Beth el
álbum de fotos-. ¿Qué planes tenéis para el viernes?
-Terminar un ensayo sobre la mente humana de
más de quince hojas –suspiró Beth.
-Terminar el dibujo –contestó secamente Mike.
-Cuidado, no os vayáis a pasar, que a lo
mejor os detienen por escándalo público –dije sonriendo-. Vamos chicos,
viernes, y, Bud me ha colado información. Adivinad quién toca en su local el
viernes por la noche, para los que tengo entradas.
Por primera vez en toda la conversación (si
es que se podía llamar así) Mike levantó la vista de su dibujo y me sonrió.
-No serán... –dijo Mike.
-Los únicos –murmuró Beth sonriendo.
-E inigualables -terminé yo.
-¡Fourth Blues! –exclamamos los tres al mismo
tiempo. Explotamos en una carcajada. A los tres nos encantaba Fourth Blues,
porque sus conciertos eran una fiesta, y siempre había un tema. Lo malo es que,
como eran un poco exclusivos, conseguir entradas a buen precio era complicado.
Yo sólo había asistido a tres conciertos, dos en el local de Bud y otro en
Manor City, y al que pude ir porque mi padre tenía trabajo ahí. Las entradas se
las había comprado a Jordan, un estafador de poca monta que repetía cuarto
curso y tras comprobar en el local de Bud que las entradas eran válidas para la
noche, decidí reservar una mesa en el bar, pedir permiso a mis padres (nunca,
bajo ningún concepto, salgáis sin el permiso de una mujer que tiene acceso a un
gran arsenal de armas) y esperar al gran día para decírselo a estos dos.
-Tengo también una entrada para Gia por si se
quiere venir –le dije a Mike dándole un par de entradas color rojo con unas
filigranas que simulaban una puerta de hierro, formando las palabras “Fourth
Blues”.
-Gracias –me contestó sonriendo.
-¿Y cuál es el tema del concierto? –me
preguntó Beth.
-Van
estrenar un tema de su nuevo disco, Long
Melodies From Future, así que ya os imagináis el tema.
Asintieron, Mike a su pesar, Beth encantada.
-¿Nos vemos en Change ‘n’ Exchange después de
clase? –me preguntó Beth.
-No me queda otra, Devon está enfermo y tengo
que cubrir su turno, pero seguro que encuentro un rato para escaquearme
–contesté sonriendo-. Y Mike, ponte algo plateado, no quiero volver a ir
preguntando persona por persona por un tío gótico en una marea de gente vestida
de colores.
Mike asintió y volvió a su dibujo, esta vez
con una sonrisa estampada en la cara.
Beth y yo seguimos hablando sobre los que nos
podríamos para el concierto. El look steampunk era el predilecto por Fourth
Blues, y seguramente, en este espectáculo no se cortarían: Rover fue su lugar
de nacimiento y partida.
“Algo”
que según el menú era ensalada de pasta (aunque sería mejor decir sólo pasta
fría, porque de ensalada esto no tenía nada) cayo como un bloque de armazón
sobre las bandejas de los desafortunados novatos de ESO. No se habían enterado
del veneno que servían aquí al parecer. Una de las novatas con unas gafas de
estilo retro de montura marrón, pasó con una bolsa de la que sacó un bocadillo
excesivamente grande para que se lo pudiera comer. Sonreí. Seguro que alguien
le habría advertido de la “comida” que servían aquí. Descubrí un aire en ella
que me resultaba familiar. Claro, era Candy la hermana de Alice. Tenía que
acordarme luego de preguntarla algo sobre su hermana.
-Y yo me pregunto ¿no son lo bastante listos
para ver la mierda que sirven aquí antes de comprarla? –resopló Mike-. Tampoco
es tan complicado no darse cuenta de la basura que nos sirven en vez de comida.
-Mike, esos niños son dos cabezas más bajitos
que nosotros, es normal que sólo vean el cristal de protección y a las
camareras –le recordé.
-Aún así, es complicado no darse cuenta de la
bazofia de comida que ponen –agregó Beth.
Nos alejamos del barullo general y nos
sentamos en la mesa de siempre: Junto las ventanas y lo más lejos de las Hordas
Azules.
-Y bien –me dijo Beth expectante mientras se
dejaba caer en la silla-. ¿Me vas a dar más detalles del músico-científico o
voy a tener que sacártelo a la fuerza?
Mike se rió, a lo que yo contesté
fulminándolo con la mirada.
-Pues no hay mucho que decir –dije mientras
hurgaba en la mochila para sacar la bolsa con mi comida-. Le gusta juvenil
romántica, y de manera profunda, porque reconoció el libro con sólo ver la
portada de una manera fugaz y porque se sabía el apellido del protagonista.
También se conoce los discos de Fourth Blues, porque Magic Glass está en el primero de todos. Y toca muy bien, ha debido
dar clases de música, seguramente fue a un conservatorio. Es guapo y muy
cómico. Su pelo es negro, tanto que parece azul. La piel es tan blanca como la
porcelana, es aún más pálido que yo. Y lo más bonito son sus ojos. Son de un
azul brillante y hermoso. Casi parece que brillan en la oscuridad.
-¿Sólo? –me preguntó Beth decepcionada.
-Bueno –añadí yo acordándome-. Conoce a Will,
pero sólo por los elogios de su tutor al parecer.
-Un bizcocho le habría sacado más información
que tú –resopló Beth.
Mike y yo nos reímos. Me había olvidado por
completo del chico pelirrojo y de la puñalada en el estómago.