jueves, 17 de mayo de 2012

Capítulo 1: Una premonición (2da parte)


Teph

Will me dejó a media manzana del instituto y se fue en dirección a Manor City, donde se encontraba la facultad en la que estudiaba arquitectura. Cuando ya no localicé el pequeño coche azul, saqué un chicle del bolsillo, el libro de la mochila y empecé a leer al mismo tiempo que me dirigía al instituto. Hacía un buen día, había hecho bien poniéndome manga corta. Esta tarde haría calor. Mientras me acercaba al instituto, vi que la mitad de las aulas estaban con las persianas bajadas, y que en la planta de arriba aún no habían encendido las luces. Llegaba pronto, como todos los días. Me encantaba llegar pronto, me daba una sensación de tranquilidad. Ver el instituto sin regueros de gente que te puede aplastar contra la pared era muy agradable. Era como entrar en una tienda de rebajas y que no hubiera nadie, o como patinar en una plaza vacía.
Seguí leyendo el libro (Oscuros: La trampa del amor), sin darme cuenta de lo que ocurría a mi alrededor. Por eso me choqué contra una mujer alta de pelo pelirrojo con pinta de ser oficinista o secretaria por cómo vestía, tirándole al suelo una carpeta que llevaba en la mano.
-Oh, lo siento –me disculpé, desolada, mientras me agachaba para ayudarla a recoger la carpeta-. Perdone, no veía por dónde iba.
La mujer me contestó algo en otro idioma, pero automáticamente me respondió.
-No pasa nada –me dijo con una sonrisa mientras se agachaba para recoger el esto de los papeles-. Yo tampoco estaba muy pendiente de lo que pasaba a mi alrededor –hablaba con un acento extraño, parecido al francés pero silbando las eses-. Muchas gracias.
Se incorporó y siguió caminando. Me levanté, pero alguien se volvió a chocar conmigo. Esta vez fueron una chica y un chico. Ambos contestaron una disculpa y siguieron a la mujer. Ambos eran pelirrojos. Serían sus hijos. Oí como la chica le decía algo a su madre en el idioma y esta la callaba con un gesto de la mano. Me paré un segundo. Pelirrojos. Eso me recordó al otro sueño, el que se repetía una y otra vez antes de las “premoniciones”. El sueño siempre era el mismo, pero no era desagradable. Era extraño. Una persona puede soñar lo mismo todo el rato, pero yo, cuando soñaba eso día tras día era como si le fuera añadiendo resolución al sueño: La imagen se veía mejor, oía más cosas, las formas eran más sutiles, los detalles más... detallados. Eso si que no pasaba en un sueño normal, si no más bien todo lo contrario. La imagen se distorsiona, el sonido es menos detectable y la duración se acorta hasta que el sueño desaparece. Nada tenía sentido. Bueno, esperaría al primer descanso para hablar con Beth de eso, como lo de la puñalada. Volví a mi libro, olvidándome completamente de los chicos y su madre.

En cuanto entré, saludé a Jonah, el conserje. El me contestó con un gruñido. Sonreí para mí. Jonah tendría veintipocos años, y trabajaba aquí para conseguir dinero suficiente para sobrevivir. Puede que fuera joven, pero cada vez que le miraba a los ojos no podía evitar una especie de respeto.
Subí las escaleras mientras leía y oí un murmullo musical proveniente de la planta de arriba. Me pregunté quién sería, puesto que nadie estaba a estas horas de la mañana, sólo venían profesores y yo básicamente. Antes de averiguarlo, me dirigí a la taquilla, vacié la mochila y cogí los libros que necesitaba para hoy. Cerré la taquilla y volví a oír el sonido musical. Sonaba como una guitarra y reconocí la melodía. No podía ser. Era mi canción favorita, Magic Glass, de Fourth Blues. Subí las escaleras, guiándome por el maravilloso sonido de la guitarra y descubrí el origen de la música. El que estaba tocando era un chico de mi edad. Estaba tocando con los ojos cerrados, así que supuse que se sabía la canción de memoria. Vestía una sudadera azul que le estaba tres tallas más grandes, unos vaqueros blancos ajustados, calzaba unas Converse, también blancas, totalmente destrozadas. Unas gafas negras estilo retro, algo torcidas enmarcaban su cara pálida, casi blanca. Su pelo, totalmente enmarañado, era muy negro, tanto que parecía azul. Me quedé mirándole, viendo cómo sus dedos se movían ágilmente por las cuerdas de la guitarra, creando la maravillosa melodía compuesta por mi grupo favorito. Cuando terminó, abrió los ojos (de un azul tan brillante que parecía que brillaran en la oscuridad), y en cuanto me vio, dio un respingo.
-Lo siento, no quería molestarte, es que me encanta esa canción –murmuré.
-No pasa nada –me dijo con una bonita sonrisa-. ¿Qué sería un músico sin nadie que escuchara su música?
Me reí.
-Tienes razón –asentí. Me fijé un poco más en él. Nunca le había visto por aquí, y tampoco en las reuniones de los clubes de arte. Si tocaba así de bien, me parecía extraño que no hubiera tocado alguna vez en las jornadas-. Por cierto, ¿qué estudias? Nunca te he visto en el club de artes, ni siquiera en las jornadas de música libre.
-¡Ah! Error de principiante –dijo mientras se incorporaba-. No estudio música, si no ciencias. Sólo toco la guitarra por placer.
-¿En serio? –pregunté anonada-. ¿Y por qué no te dedicas a la música, esto...?
-Daniel –dijo el alargando la mano-, Daniel Grigori.
Le miré sorprendida. Se llamaba cómo Daniel, el chico de Oscuros.
-¡Es broma! –dijo él riendo-. Te he visto el libro. Si que me llamo Daniel, pero no Grigori, sino Johnson.
-Muy típico –dije mientras le estrechaba la mano-. Teph, Teph Rogers.
-Un momento –me dijo mirándome con más atención-. ¿Tu hermano no es Will Rogers?
-Si, pero no lo digas tan alto, no sabes cuántas chicas van detrás de él.
Daniel se rió.
-¿Y de qué conoces a mi hermano? –le pregunté.
-A veces, cuando nuestro tutor se aburre se dedica a contarnos historias sobre antiguos alumnos que eran maravillosos y que tenían un don –resopló Daniel-. “Si ustedes hubieran visto qué trabajo el del señor Rogers... ¡Él si que había nacido para esto!” –dijo imitando la voz de su profesor.
Me reí.
-Bueno, cambiando de tema –dije yo-. ¿De verdad te has leído Oscuros?
-Si –contestó él con orgullo-. Pero la segunda parte me decepcionó un poco.
-Si a mí también –coincidí-. Pero la tercera empieza bastante bien.
-Ah ¿es la tercera parte? –dijo sorprendido-. Me lo tendrás que dejar algún día. No quiero quedarme con la intriga. Quiero saber a dónde va a parar Luce.
Seguimos hablando de cosas mientras el instituto se llenaba de gente. De los libros que él tenía, de los que tenía yo, del trabajo de mi padre, del trabajo de su madre, sus grupos favoritos, los míos.
-Bueno –dijo Daniel intentando hacerse oír entre el mar de gente-, al parecer nos gustan las mismas cosas señorita Rogers.
-Le digo lo mismo señor Johnson.
-Oye, si te lo confieso, te he oído cantar a veces cuando vienes por la mañana, y tengo que decírtelo, tienes una buena voz.
-Me lo dicen mucho –dije con orgullo-. Dejo al champú y al acondicionador impresionados.
Daniel se rió.
-No, lo digo en serio. Si quieres, después de comer podemos hacer algo.
-Vale -acepté. Saqué un cuaderno y un boli de la mochila y le apunté mi teléfono-. A la hora de comer, cuando termines, me mandas un mensaje en dónde podemos ensayar ¿vale?
-De acuerdo –asintió Daniel mientras se guardaba el papel en el bolsillo-. Piensa en algo para ir tocando.
Asentí.
-Bueno, pues hasta después de comer Teph Rogers.
-Lo mismo digo Grigori –y me levanté cogiendo la mochila. Resoplé. Iba a ser una jornada muy larga. Y quedaba demasiado para la hora de la comida.

En cuanto sonó el timbre, la clase se convirtió en una carrera a contrarreloj de a-ver-quién-recoge-más-rápido. Como si nos hubieran puesto un resorte en el culo, saltamos de nuestros sitios y salimos escopetados por la puerta antes de que Jackson nos pusiera deberes. En cuanto entré en la marea de personas que se estaba formando en el pasillo, me fui abriendo paso, pegando de vez en cuando pisotones o codazos. Cuando llegué a mi taquilla, la abrí lo más rápido posible, metí los libros de las siguientes horas y me dirigí a la planta baja para buscar a Beth. La localicé sentada en uno de los bancos de los pasillos con un libro en el regazo y una manzana roja en la mano derecha. Los rizos rubios, que no hacía más que apartarse de la cara, le caían desordenadamente por delante, formando una cascada dorada. Me puse delante de ella, a ver cuanto tiempo tardaba en darse cuenta de que estaba ahí. Sus ojos, azul con alguna que otra salpicadura verde, se movían con velocidad, leyendo una tras otra las palabras. Me quedé quieta durante un minuto, y cuando pasó de página, levantó la vista y me vio. Sonrió.
-¿Dónde te habías metido esta mañana? –me preguntó cerrando el libro.
-Nada importante –contesté esbozando una sonrisa-. Estaba con alguien.
-¡Qué! –dijo ella levantándose del banco-. Cuéntamelo todo.
-Beth, no es un chico chico –dije refiriéndome a cómo ella llamaba a los chicos con los que se podían salir.
-¿Tiene novia, es gay? –preguntó ella ávida de información.
-Ninguna de las dos –contesté yo con una sonrisa mientras nos dirigíamos al patio-. Estudia ciencias, pero toca la guitarra genial, lee lo mismo que yo y le encanta Fourth Blues.
-Tus exigencias se han personificado en un tío perfecto al parecer –dijo Beth impresionada-. Admítelo, has criogenizado los ADNs de los chicos más maravillosos del mundo y has creado a mister toco-la-guitarra-pero-estudio-ciencias ¿no?
-Beth, ¿qué dijimos de las pelis de ciencia-ficción después de las diez?
Ella se rió.
-¿Y cómo se llama? –me preguntó, intentando sonsacarme los detalles.
-Daniel –dije yo simplemente-. Daniel Johnson.
-Qué típico.
Solté una carcajada. En cuanto salimos al patio, me di cuenta de que todo el mundo estaba aprovechando el maravilloso tiempo de primavera. Las Chiscas Plásticas estaban tiradas en las escaleras, luciendo los vestidos más cortos que habían podido encontrar. Todo el mundo en el Jeffrey Wilson se sabía sus nombres de memoria: Julia McDelonn, Gwen Adams, Emily Preston y Daniela Finn. Detrás de ellas estaban las aspirantes a sus puestos: Susan Brower, Ann Neddar (que no se parecía nada a su hermana y amiga mía, Gia), Selene Adkins y Daphne Jordan, todas ellas novatas que empezaban este año, pero la mitad del instituto se había aprendido ya sus nombres. Al lado de las Chicas Plásticas estaban Eric Millegan y Juliette Renois, la pareja perfecta según las encuestas del año pasado y Kyle Patrick, el chico más popular del instituto, capitán del equipo de béisbol y también de las Hordas Azules. Este singular grupo estaba formado por las Chicas Plásticas, la pareja perfecta, el equipo de béisbol al completo y alguna que otra aspirante que se ofreciera a hacer un topless o acostarse con los miembros del equipo. Les llamábamos así por llevar siempre las chaquetas y sudaderas del instituto: Azules con una J y una W juntas. No soportaba a ninguno de ellos. Y el sentimiento era mutuo: Beth, nuestro amigo Mike, su novia Gia, Alice (una chica de tecnologías bastante callada) y yo éramos como los leprosos del instituto. Nadie nos quería, y nos alegrábamos por ello.
-¿Has tenido noticias de Alice últimamente? –le pregunté a Beth, que miraba entre la gente para buscar a Mike.
-No –me contestó sondeando a la multitud-. La última noticia que recibí de ella fue un e-mail con una foto adjunta.
-¿La de Francia? –pregunté. Alice se había ido de intercambio con una familia alemana, y supongo que estarían de vacaciones de Navidad cuando nos mandó la foto. A partir de ahí no volvimos a recibir más e-mails, pero de vez en cuando publicaba cosas en Twitter o en Facebook sobre lo que hacía.
-Le podemos preguntar a Candy ¿no? -propuso Beth-. Tal vez ella haya recibido alguna foto o algo así... ¡Premio! –exclamó. Eso significaba que había encontrado a Mike.
Mientras ella se dirigía hacia Mike, inclinado sobre su blog de dibujo, concentrado en dar forma a una sombra, yo me quedé mirando con atención a las Hordas Azules. Por un momento, sólo por un momento, percibí un brillo verde que emanaba de la piel de Gwen Adams. Pero el brillo se fue tan rápido como apareció. Lo más probable es que fuese purpurina de la última fiesta a la que había acudido.
-¡Teph!
Era la inconfundible voz de Mike. Dirigiendo una última mirada a Gwen Adams, que se había inclinado sobre Julia McDelonn para decirle algún que otro insulto vil y perverso sobre mi persona (no eran muy buenas disimulando), y me dirigí hacía mis amigos.
Beth ya se había terminado la manzana, y hojeaba de forma distraída el álbum de fotos de Mike, que se encontraba concentradísimo en un intricado dibujo de un cuervo inclinado sobre una calavera.
-¿Y bien? –pregunté arrebatándole a Beth el álbum de fotos-. ¿Qué planes tenéis para el viernes?
-Terminar un ensayo sobre la mente humana de más de quince hojas –suspiró Beth.
-Terminar el dibujo –contestó secamente Mike.
-Cuidado, no os vayáis a pasar, que a lo mejor os detienen por escándalo público –dije sonriendo-. Vamos chicos, viernes, y, Bud me ha colado información. Adivinad quién toca en su local el viernes por la noche, para los que tengo entradas.
Por primera vez en toda la conversación (si es que se podía llamar así) Mike levantó la vista de su dibujo y me sonrió.
-No serán... –dijo Mike.
-Los únicos –murmuró Beth sonriendo.
-E inigualables -terminé yo.
-¡Fourth Blues! –exclamamos los tres al mismo tiempo. Explotamos en una carcajada. A los tres nos encantaba Fourth Blues, porque sus conciertos eran una fiesta, y siempre había un tema. Lo malo es que, como eran un poco exclusivos, conseguir entradas a buen precio era complicado. Yo sólo había asistido a tres conciertos, dos en el local de Bud y otro en Manor City, y al que pude ir porque mi padre tenía trabajo ahí. Las entradas se las había comprado a Jordan, un estafador de poca monta que repetía cuarto curso y tras comprobar en el local de Bud que las entradas eran válidas para la noche, decidí reservar una mesa en el bar, pedir permiso a mis padres (nunca, bajo ningún concepto, salgáis sin el permiso de una mujer que tiene acceso a un gran arsenal de armas) y esperar al gran día para decírselo a estos dos.
-Tengo también una entrada para Gia por si se quiere venir –le dije a Mike dándole un par de entradas color rojo con unas filigranas que simulaban una puerta de hierro, formando las palabras “Fourth Blues”.
-Gracias –me contestó sonriendo.
-¿Y cuál es el tema del concierto? –me preguntó Beth.
-Van  estrenar un tema de su nuevo disco, Long Melodies From Future, así que ya os imagináis el tema.
Asintieron, Mike a su pesar, Beth encantada.
-¿Nos vemos en Change ‘n’ Exchange después de clase? –me preguntó Beth.
-No me queda otra, Devon está enfermo y tengo que cubrir su turno, pero seguro que encuentro un rato para escaquearme –contesté sonriendo-. Y Mike, ponte algo plateado, no quiero volver a ir preguntando persona por persona por un tío gótico en una marea de gente vestida de colores.
Mike asintió y volvió a su dibujo, esta vez con una sonrisa estampada en la cara.
Beth y yo seguimos hablando sobre los que nos podríamos para el concierto. El look steampunk era el predilecto por Fourth Blues, y seguramente, en este espectáculo no se cortarían: Rover fue su lugar de nacimiento y partida.

“Algo” que según el menú era ensalada de pasta (aunque sería mejor decir sólo pasta fría, porque de ensalada esto no tenía nada) cayo como un bloque de armazón sobre las bandejas de los desafortunados novatos de ESO. No se habían enterado del veneno que servían aquí al parecer. Una de las novatas con unas gafas de estilo retro de montura marrón, pasó con una bolsa de la que sacó un bocadillo excesivamente grande para que se lo pudiera comer. Sonreí. Seguro que alguien le habría advertido de la “comida” que servían aquí. Descubrí un aire en ella que me resultaba familiar. Claro, era Candy la hermana de Alice. Tenía que acordarme luego de preguntarla algo sobre su hermana.
-Y yo me pregunto ¿no son lo bastante listos para ver la mierda que sirven aquí antes de comprarla? –resopló Mike-. Tampoco es tan complicado no darse cuenta de la basura que nos sirven en vez de comida.
-Mike, esos niños son dos cabezas más bajitos que nosotros, es normal que sólo vean el cristal de protección y a las camareras –le recordé.
-Aún así, es complicado no darse cuenta de la bazofia de comida que ponen –agregó Beth.
Nos alejamos del barullo general y nos sentamos en la mesa de siempre: Junto las ventanas y lo más lejos de las Hordas Azules.
-Y bien –me dijo Beth expectante mientras se dejaba caer en la silla-. ¿Me vas a dar más detalles del músico-científico o voy a tener que sacártelo a la fuerza?
Mike se rió, a lo que yo contesté fulminándolo con la mirada.
-Pues no hay mucho que decir –dije mientras hurgaba en la mochila para sacar la bolsa con mi comida-. Le gusta juvenil romántica, y de manera profunda, porque reconoció el libro con sólo ver la portada de una manera fugaz y porque se sabía el apellido del protagonista. También se conoce los discos de Fourth Blues, porque Magic Glass está en el primero de todos. Y toca muy bien, ha debido dar clases de música, seguramente fue a un conservatorio. Es guapo y muy cómico. Su pelo es negro, tanto que parece azul. La piel es tan blanca como la porcelana, es aún más pálido que yo. Y lo más bonito son sus ojos. Son de un azul brillante y hermoso. Casi parece que brillan en la oscuridad.
-¿Sólo? –me preguntó Beth decepcionada.
-Bueno –añadí yo acordándome-. Conoce a Will, pero sólo por los elogios de su tutor al parecer.
-Un bizcocho le habría sacado más información que tú –resopló Beth.
Mike y yo nos reímos. Me había olvidado por completo del chico pelirrojo y de la puñalada en el estómago.

Capítulo 1: Una premonición (1era parte)


Teph

Un chico y una chica caminaban por la playa, ambos vestidos de blanco, cogidos de la mano. Eran felices y reían. Tal vez por todo, tal vez por nada. Sus voces apenas se oían, distorsionadas por el rugido de las olas. La imagen era muy clara, y podía verlo todo con detalle. No sabía si me encontraba en la playa como si fuera una persona o como una conciencia, pero era agradable. Avancé, no se cómo, sintiendo la arena bajo mis pies y el olor a salitre impactando en mi cara, y seguí a la pareja. Hablaban de cosas sin importancia: La lavandería estaba hasta los topes, la casa necesita una reforma, ¿has aprobado?, si, pero fallé en una pregunta muy tonta, la tarjeta no funcionaba, se la pasare a mi hermana, ella sabe de estas cosas, podríamos ir a la costa de vacaciones, sería fantástico...
Traté de seguirlos, pero cuando di un paso más, choqué contra algo. No sé lo que era exactamente, pero era una especie de pared invisible. Intenté pasar otra vez, pero fue inútil. Tras muchos intentos, me di por vencida, pero, observé atónita cómo la pareja se encontraban al otro lado del muro transparente, sin darse cuenta del bloqueo. Intenté pasar con ellos, pero al chocar de nuevo contra la pared, esta se fragmentó. No es que se rompiera la pared en sí, sino que la imagen se rompió en mil pedazos, como un cristal. Caí en una oscuridad inmensa. Sentí miedo, un miedo que no había experimentado antes. Oí la risa de una mujer, o de un hombre, no lo recuerdo. Era una voz espeluznante, pero aterciopelada y muy atrayente. Decía palabras en latín y en un idioma muy extraño, entre francés con un silbido muy peculiar en las eses. Me tapé los oídos y cerré los ojos con fuerza para huir de la voz, que hacía que mi miedo aumentara con intensidad. Grité, lloré, traté de despertarme, pero todo era inútil. La voz seguía gritando palabras mientras escalofríos recorrían mi espina dorsal. Empecé a respirar con dificultad. El pecho me dolía al inspirar. Sin darme cuenta de lo que, no me fijé en como algo plateado surgía de la nada y se hundía en mi piel. Un cuchillo. Sentí el dolor y el frío del metal perforándome la piel. Sentí como si algo me corrompiera por dentro a través de la herida. Mis sentidos se nublaron y empecé a caer al vacío mientras la voz seguía diciendo las mismas palabras una y otra vez...

Prólogo: Cinco puñaladas



Vaya, la llave no se encontraba ahí. ¿Dónde demonios la habrían puesto? Seguramente que la había cogido Glek para entrar a limpiar. Que maniático era ese hombre, no le caía nada bien, siempre gruñendo a todo el mundo.
Yuika se dirigió a un pequeño compartimento dorado que se encontraba al lado de la entrada del consejo y posó la mano con delicadeza. La compuerta brilló un momento y se abrió sin hacer ruido alguno.
El interior del armario estaba forrado con terciopelo blanco en el que habían estampado un diseño en dorado. Dentro del pequeño espacio empotrado en la pared había un pequeño cojincito blanco, y encima de este, se encontraba posada una brillante llave de oro puro. Yuika cogió la llave con cuidado y dejó en su lugar una cadeneta de plata con unas gafas redondas, doradas y diminutas a modo de colgante. Se lo había regalado su hermano cuando se graduó en la Academia, y jamás se lo quitaba, salvo en un caso como este, ya que tenía que dejar un objeto como garantía que devolvería la llave. Le amargaba mucho tener que dejar el collar, pero obviamente no podía dejar sus gafas de verdad, no vería más allá de sus narices.
Insertó la llave en la cerradura y la puerta se abrió en silencio.